jueves, 15 de marzo de 2012

A nadie debe extrañar, ¡que en marzo empiece a tronar!


¿Os acordáis de mí? Vergüenza me debería dar… No tengo perdón, pero por si acaso yo os lo pido, si es que aún queda alguien dispuesto a entrar en mi blog esperando noticias mías.

Corrigiendo la entrada anterior, ya si puedo decir que me he quemado las manos cocinando… ¡Gajes del oficio! Aunque no es ni mucho menos la causa/motivo por el que hace tanto que no escribo.
En este primer mes de mi estancia en el extranjero se puede decir que he hecho de todo, menos aburrirme y escribir en el blog (válgame la redundancia)…

Pero para no poneros los dientes largos o seguir sacando de quicio a mis familiares más allegados (si tú, mamá), dejaremos a un lado POR HOY el tema de las fiestas. Además tendría que hacer un gran esfuerzo mental para recordarlas… ¡Lo digo por el tiempo que hace que no voy a una, mal pensados!

En esta ocasión, os contaré un poquito acerca de mi casa. Hablando de la forma más clara posible, esto es lo que comúnmente se conoce como “el coño de la Bernarda”. Partiendo de la base de que disponemos de 9 habitaciones que están habitadas, añadimos que cada uno de estos habitantes dispone de una vida social de lo más plena. Por lo que si cada uno de los que estamos aquí invitamos a un amigo (como mínimo) tendríamos: 9x2= 18 “personas”, si se les puede llamar así a muchos de ellos…

Saber a quién te vas a encontrar cada mañana con los ojos legañosos sentado en la mesa de la cocina, es una incógnita; localizar un plato hondo para tomar una sopa, es toda una aventura; y llevar el control de cuánto dura un rollo de papel, una auténtica locura.

Sin ir más lejos, hace un par de semanas, estando yo cenando, disfrutando de la tranquilidad de estar acompañada de tan solo 6 personas más, apareció por la puerta de la cocina un individuo que afirmaba firmemente que vivía en mi casa. Yo no estaba de acuerdo con él, ya que no lo había visto nunca entrar ni salir de la misma… ¡y con razón! Resulta que tiene la cómoda costumbre de entrar y salir por la ventana de su habitación, le coge más cerca al chico… Por si acaso se rompiera una pierna saltando, se ha traído a un amigo con él, para que esté al tanto. Claro que este último no es inquilino arrendatario, sino invitado permanente.

Además, no fuéramos a ser pocos en la vivienda, hemos adoptado un gatito y en su momento, un ratón. Con respecto al último ocupante parece que había personas no muy de acuerdo con su presencia, es decir, hemos tenido una baja.


Por parte del gatito, podemos decir que tiene buen comer. Suponiendo que sea él el que se come la comida que le ponemos, ya que no distingue ni hace feos a huesos, espinas y demás desperdicios difíciles de digerir.


En general, la casa podemos calificarla de “entretenida”, que puede ser una forma sutil de nombrar a este desastre de hogar y al completo de gente de lo más variopinta.

2 comentarios:

  1. Joder no podría vivir sin un día de paz!! Y sin poder ir al baño con una toalla sabiendo que los q me verán son los que me ven todos los días.

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  2. A todo se acostumbra una, amigo... ¡A todo!

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