Llegó
el momento. ¡Mañana me voy de Erasmus! Como era de esperar llevo haciendo las
maletas varios días, pero hasta hace unos minutos no las he terminado… Recuerdo
aquella frase: “Todo trabajo se dilata indefinidamente hasta ocupar todo el
tiempo disponible para su completa realización”. Qué sabio ese tal Parkinson…
Debo decir
que no resulta tarea fácil reducir toda tu vida (material) a 35 kg de peso. Te
planteas si en aquel lugar venderán todo aquello que no puedes llevar (folios,
lamparitas de mesilla de noche…) y supongo que es el pánico del momento, porque
son planteamientos preocupantemente absurdos.
Las
despedidas también son momentos bastante difíciles en estas situaciones, claro
que recomiendo realizarlas todas en un corto periodo de tiempo, así como unos
tres días a lo sumo. ¡No como yo! Concretamente mis despedidas (sobre todo
familiares) comenzaron un 25 de Diciembre de 2011, Navidad. Es muy práctico
recurrir a esos momentos tan entrañables para empezar a decir adiós a los
tuyos. Sin embargo, estas personas tan allegadas, pasado un mes de aquellas
fechas tan señaladas, vuelven a llamar a casa. “¿Qué tal estáis?” “El otro día
te vi en el Canal Noticias Huelva” “¿Cómo va la entrada de año? Dicen que
pasando Enero, pasa el año entero”. Vamos, lo típico. ¿Y quién contesta al teléfono?
¡Pues la que se iba de Erasmus! “Niña, ¿tú no te ibas al extranjero? Tendrás
que venir a despedirte de tu tía/primo/sobrina/o quien sea que te haya visto
crecer”. Este sábado terminé dicha tarea, repleta de consejos de todo tipo y
broncas por anticipado.
Claro que
con los amigos es muy distinto… Digamos que lo “celebras” de otra manera. Ellos
no te dan consejos, más bien fomentan tu ingenio y originalidad con comentarios
del tipo: “¡Te vas a comer los Países Bajos en un plis!” o “ya puedes ir
organizando algo gordo para cuando vaya a verte”. Claramente, ellos lo dejan
todo en mis manos.
Aunque es cierto que, pese
a las peculiaridades de cada uno, el sentimiento es similar. Voy a echar
muchísimo de menos a todas y cada una de las personas que he despedido en
infinitas ocasiones, y también a aquellas que no haya podido despedir tantas
veces (se han tenido que conformar con una o dos).
En fin,
mañana me despertaré, cogeré mis tres maletones con mis dos manitas (no me preguntéis
cómo), diré adiós una vez más a mis seres queridos y me marcharé a vivir una
experiencia irrepetible e inolvidable. ¡Cuántas ganas! Y cuánto miedo…
¡Deseadme
suerte!